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7 ene 2018

Metamorfosis.

Suenan las campanas en este anochecer.
La luna duerme sobre el horizonte y las estrellas empiezan a brillar, como si ya no lo hicieran el resto del día.
Las tormentas comienzan a tronar en esta carretera vacía y llegan las hadas, aunque a veces las confundimos con sanguijuelas. Y aún así las dejamos acurrucarse, en el lado izquierdo del pecho. Cada lametazo de ellas nos alejan un poco de este infierno. Les dejo mimar esta locura y les explico que no tiene cura y ellas rezan como idiotas. Maldita inocencia la tuya.

La noche cae y todos duermen.
El vino corre por mis venas, echándole un pulso a la sangre y ya no sé diferenciar una cosa de la otra. Qué está bien y qué está mal. Quizá lo he vuelto a hacer pero y qué, ya no hay hielos en las copas y la vela se apaga con el paso de las horas.
Los relojes torturan y las conversaciones se vuelven cada vez más profundas, vuelve el aleteo detrás de la oreja que nos advierte, de manera retorcida, que el sol nos quiere pillar. Que si nos acercamos demasiado nos puede...
Y ahora de nuevo, vuelve el quemarropa, a esta cabeza perdida que tienta a la suerte de puntillas.

Los escarabajos tienen alas y por qué no usarlas para escapar de esa habitación.

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