Poco a poco.
La última vez que te escribí, te dije que nos había tocado la lotería. A cada uno de nosotros,
con tu risa, con tus ganas de bromas constantes, con tu fuerza, con tu protección, con tu forma de querernos...
Y te fuiste el día de la lotería.
Te fuiste y ya no volverán todas esas cosas tan tuyas, la manera de sentarse en el sofá, las preguntas a la hora de la comida, los besos sonoros cerca del oído, los frágiles abrazos, las historias del pasado repetidas una y otra vez, la Nichi, el cuánto cuesta, el cachondeo con la compra, los piscolabis, el carácter tan marcado con el que tanto hemos chocado tú y yo. No somos nadie.
Y esto es como una pesadilla que no acaba, como la peor de las tormentas.
He echado mucho de menos a bastante gente pero esto es otro nivel. Uno que se te clava en el pecho y no sale. En esta última etapa, aún no me creo que entre por la puerta y no vaya a buscarte, a pasearte en la silla por los alrededores, a intentar animarte, a leer las frases de la pizarra, a tus preguntas, a tu efímera ilusión por quedarte y seguir luchando que vislumbraba en esos ojos castaños de vez en cuando. La batalla ha terminado y aunque nos pese, la has ganado. Bandera blanca al sufrimiento que te inundaba los últimos meses.
Y aún no me lo creo, aún no me lo quiero creer.
La última vez que vi África, te fuiste.
Y ahora África me recuerda a ti.
Las lágrimas duelen,
todas las que se echan
pero más duelen las que no se echan.
Las que se quedan dentro, esas.
Esas son las que duelen.
todas las que se echan
pero más duelen las que no se echan.
Las que se quedan dentro, esas.
Esas son las que duelen.
Por ti, abuela.
Y por todas esas lágrimas que se van a quedar con nosotros.
Y por todas esas lágrimas que se van a quedar con nosotros.
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