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12 ene 2018

África.

La última vez que asomaba África desde el horizonte, te estabas apagando.
Poco a poco.

La última vez que te escribí, te dije que nos había tocado la lotería. A cada uno de nosotros,
con tu risa, con tus ganas de bromas constantes, con tu fuerza, con tu protección, con tu forma de querernos...
Y te fuiste el día de la lotería.

Te fuiste y ya no volverán todas esas cosas tan tuyas, la manera de sentarse en el sofá, las preguntas a la hora de la comida, los besos sonoros cerca del oído, los frágiles abrazos, las historias del pasado repetidas una y otra vez, la Nichi, el cuánto cuesta, el cachondeo con la compra, los piscolabis,  el carácter tan marcado con el que tanto hemos chocado tú y yo. No somos nadie.
Y esto es como una pesadilla que no acaba, como la peor de las tormentas.

He echado mucho de menos a bastante gente pero esto es otro nivel. Uno que se te clava en el pecho y no sale. En esta última etapa, aún no me creo que entre por la puerta y no vaya a buscarte, a pasearte en la silla por los alrededores, a intentar animarte, a leer las frases de la pizarra, a tus preguntas, a tu efímera ilusión por quedarte y seguir luchando que vislumbraba en esos ojos castaños de vez en cuando. La batalla ha terminado y aunque nos pese, la has ganado. Bandera blanca al sufrimiento que te inundaba los últimos meses.
Y aún no me lo creo, aún no me lo quiero creer.

La última vez que vi África, te fuiste.
Y ahora África me recuerda a ti.




     Las lágrimas duelen, 
todas las que se echan 
pero más duelen las que no se echan. 
Las que se quedan dentro, esas. 
Esas son las que duelen. 

Por ti, abuela. 
Y por todas esas lágrimas que se van a quedar con nosotros. 





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