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31 ene 2018

El café de las mañanas tiene mucho que contar.

Al borde de un café derramado, anida la soledad de estas cuatro paredes.
Me abrazo a la ausencia. La locura se agazapa debajo de los papeles entintados de melancolía, que esperan robar algún que otro gramo de la poca cordura que me queda. Me araño para destripar todas las realidades. Esta escritura deja paso a un sinfín de angustias que no cesan de clavarse en este corazón, podrido de latir.

Me pedí todas las mareas y ya no sé si quiero seguir flotando o terminar por hundirme en el fondo, donde siempre he estado.
En singularidad desnuda.

Este arrabal de versos sin ningún sentido, enmascaran el desarraigo de las despedidas.
De esas que no elegimos. Y yo, me voy por los tejados en el lamer de las madrugadas.
No sé dónde me conduce todo este desespere absoluto, sólo sé que sacan más lágrimas que sonrisas, que me asustan con espeluznantes muecas. Que no tengo fuerzas, ni ganas de seguir balanceándome sobre esta apariencia de seguridad. Que la soledad está bien, pero no cuando te arropa día a día. Tan fuerte, que te hace daño.

Sólo sé que si,
en algún momento fuera egoísta,
dejaría de estar aquí.

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